Excel·lent article de l’admirat Antoni Puigverd a La Vanguardia, que us recomano i que és una gran dosi de sentit comú i de dir les coses pel seu nom. També el podeu trobar en aquest enllaç.
Los jóvenes anti-Bolonia han sido envueltos con paternales dodotis por los medios de comunicación, especialmente los públicos.
No sé si han reparado en los anuncios de pañales para bebés. Ponen el énfasis en una milagrosa tecnología que facilita dos objetivos opuestos: contener unas buenas cantidades de infantil pipí y mantener seca la piel del bebé. Tecnología de máximo nivel para evitar lo que antes era normal: que, haciendo pis, el niño se mojaba y, a causa de la acidez de la orina, su piel podía enrojecer y estropearse. No sé cómo se las arreglaba mi madre en tiempos de los pañales de hilo. Mi piel se despellejó más de una vez y más de dos, pero no tengo consciencia de que ello me causara trauma alguno. Los niños de hoy crecen, no ya entre algodones, sino como príncipes de cuento. El pipí ya no moja, desaparece al instante. Una maestra infantil me explica que, sin notar nunca incomodidad con los esfínteres perennemente relajados, el niño tarda más en aprender a controlar.
Sirvan estos sofisticados pañales como ejemplo del pintoresco salto cultural que estamos dando. Intentamos eliminar algo más que el sufrimiento. Intentamos eliminar las molestias naturales. Los niños crecen hoy al margen de toda turbación. Les negamos todo contacto con la parte negativa, dolorosa o compleja de la existencia. Lo hemos visto en estos días de protestas estudiantiles. Los jóvenes anti-Bolonia, con sus quejas por la supuesta mercantilización de la enseñanza, han sido envueltos con paternales dodotis por los medios de comunicación, especialmente los públicos.
La ley rige para todos. El menor desliz policial, político, empresarial o judicial causa un terremoto en los medios. La santa indignación se cierne sobre el pillo, el abusón o el ladrón que torea las normas. Excepto cuando quienes las subvierten son estudiantes que dicen defender la universidad ocupando espacios públicos durante meses, sin que nadie, ni rectores, ni el Govern, ni ninguna otra autoridad democrática, se atreva a toserles. Finalmente, unos excesos policiales centran todas las portadas y los ocupantes son descritos como mártires.
¿Pueden prescindir estos jóvenes de las normas de convivencia, sanidad y preservación de los bienes públicos? ¡Naturalmente! ¿Deben destrozar la puerta del rectorado de la UAB? ¡Por supuesto! ¿Deben pedir permiso para manifestarse? ¡De ninguna manera! Bloquear el tráfico barcelonés en hora punta: ¡Qué cosa tan magnífica! ¡Una estrategia digna de la Pantera Rosa! Así lo ha afirmado en titulares, no el programa Polònia, sino un diario muy serio, que hace suya la versión de los jóvenes. Sostienen los estudiantes que dibujaron una puerta en la muralla policial de la Rambla y se colaron por otras calles barcelonesas dejando en ridículo al tonto Inspector Clouseau (Mossos). Ni a los estudiantes, ni, por supuesto, al cronista les importa un bledo que miles de sufridos ciudadanos quedaran bloqueados.
Esta atención acrítica e incluso devota de la mayoría de los medios de comunicación guarda un enorme parecido con la de aquellos progenitores que, acomplejados por el poco tiempo destinado a los niños, les aplauden todas las monadas y los entierran en regalos. Guy Haug, experto en política universitaria, entrevistado ayer en La Vanguardia,centraba el debate sobre el plan Bolonia aclarando algunas de las principales quejas universitarias. Ni el precio de los másters, ni el reparto del coste universitario, ni la política de becas es imputable al plan europeo: sino a cada Estado. Los países nórdicos, precisamente los que más han avanzado en el espacio europeo de educación superior, han fortalecido la universidad pública. Por si no bastaran estas precisiones, Haug ha recordado que el plan Bolonia no es una imposición cerrada y abstracta. Son los países los que se ponen de acuerdo para marcar direcciones estratégicas. El problema es que España – para variar-se ha retrasado y “los países que quedan atrás se encuentran confrontados con los pasos ya dados por otros”. Acabáramos. A Bolonia lo que es de Bolonia y a los gobiernos español y catalán lo que les corresponde.
Y así llegamos, finalmente, al corazón del problema. Enjabonar a los rebeldes de Bolonia era más fácil que cuestionar los errores y deficiencias de los gobiernos que, incumpliendo con sus propias ideologías supuestamente de izquierdas, no han desarrollado una verdadera política social universitaria. Haug sostenía ayer que “Bolonia ha sido un catalizador de malestares”. Que los jóvenes lo tienen crudo es evidente (y muy preocupante). No está tan claro, en cambio, que la solidaridad con los jóvenes consista en ser permisivo, hacerles la pelota y convertirlos en héroes de cómic. Organicé mi primera manifestación a los 16 años. La diferencia entre entonces y ahora es que el franquismo las prohibía y los grises pegaban porque su poder era tiránico y arbitrario (ahora pides permiso a un poder elegido democráticamente y te manifiestas tan campante; si no pides permiso, rompes la regla común y deberías apechugar con las consecuencias). Cuando llegué a mi pueblo, me esperaba la Guardia Civil. Días después, tenía un examen de filosofía de COU. A causa de mis problemas, yo no pude estudiar. Suspendí. La profesora era demócrata y apelé a su piedad: “Es que con todo lo que me ha pasado…”. Ella respondió: “Luchar por la democracia está muy bien, pero la democracia necesita ciudadanos preparados, no ignorantes”. Aquella fue la mejor lección de mi vida. Quien bien te quiere te hará llorar.
Hola:
El vaig llegir a LA VANGUARDIA en el seu dia, també s’ha de pensar que la generació actual viurà pitjor que els seus pares, això també s’ha de tenir en compte.
Edmón.