Publicado en El Mundo
Cuando un vaso se desborda, tenemos la tentación de culpar del desastre a la última gota, olvidando que han sido otras miles las que lo han llenado hasta rebosar. Así sucede en estos momentos con la política. Afloran casos de corrupción y les culpamos de la desafección que se palpa en Catalunya. Vemos la gota, la última, y olvidamos el mar a punto de colmarse.
Falta liderazgo y actuamos como si esa carencia no fuera un problema. Sin un líder que marque el camino, la marcha siempre es más difícil. En la actualidad nuestros gobernantes, tanto en Cataluña como en España, no tienen ni alma ni madera de líderes. Siempre es más difícil mantener la credibilidad cuando se utilizan las matemáticas para alcanzar el gobierno con la suma de los partidos derrotados, como ocurre últimamente en Catalunya. Sí, es democráticamente irreprochable, pero, difícilmente comprensible para la mayoría que cree que los más votados deben tener la oportunidad de formar gobierno. Liderazgo y credibilidad en el sistema, dos gotas más que pusimos en el vaso.
Pero hay más, una lluvia fina, constante, que todo lo empapa: la ineficacia de la administración. ¿Cómo calificar que haya miles de pisos de protección oficial vacíos mientas decenas de miles de ciudadanos buscan vivienda? También genera desafección. ¿Creemos que la bronca constante de una parte de la política nos acerca a la ciudadanía? Sólo llegan a la opinión pública las descalificaciones partidistas, las réplicas y contrarréplicas más o menos hirientes como si cualquier atisbo de propuesta para solucionar los problemas reales de la gente no existieran o no nos interesaran. Y existen, y nos interesan, pero no llegan a la sociedad. Y no únicamente es responsabilidad de los políticos, sino que también lo es de algunos medios de comunicación más pendientes de un buen titular que de la propuesta útil para los ciudadanos. Debemos reflexionar sobre ello, los políticos y los medios, especialmente los públicos, y dedicar menos espacio a la política declarativa y al periodismo que provoca, y más espacio a los debates sobre temas que preocupan a la gente.
Pero ha habido más gotas y más lluvia. La bronca y la descalificación del adversario no sirven para nada, salvo para destruir. Hay partidos políticos que basan sus campañas y su acción en descalificar y destruir al adversario, porque en realidad son incapaces de construir propuestas en positivo, alternativas que den respuesta a los problemas y necesidades de la sociedad. Yo reniego de esta forma de hacer política, porque creo que la política es diálogo y que el adversario no es una pieza a batir, sino parte de una realidad global que nos incluye a todos. Necesitamos a nuestros adversarios para complementar nuestra verdad, que sabemos que no es absoluta y que necesita de la aportación de las otras verdades, si creemos en una sociedad plural como la catalana. Y polémicas como la actual sobre el Tribunal Constitucional deben ser derivadas hacia el equilibrio, difícil pero posible, entre la aceptación crítica de las instituciones y el reconocimiento indiscutible de la dignidad de las personas, y lógicamente también de los pueblos. En ese contexto, debe verse el editorial conjunto de los diarios catalanes. Sin el diálogo, no hay progreso.
Algunos creen que los partidos nos hemos convertido en cotos cerrados, impermeables a la sociedad y endogámicos. Yo reivindico que no todos los partidos, ni todos los políticos somos iguales, y pienso que hay que romper con esta percepción. Hoy, más que nunca, es necesario acercar la política y a los políticos a la sociedad. De eso hablamos cuando planteamos la necesidad de reformar la ley electoral. Hay que acabar con las listas cerradas y ofrecer a cada comarca la posibilidad de elegir a su representante directo. Pero de nada servirá si no escuchamos, si no caminamos por las calles, si no nos sumergimos en la realidad cotidiana de las personas y en sus problemas y preocupaciones. Hay que recuperar la política de la alpargata y aparcar la exclusividad de la corbata y de los despachos con poca ventilación. Solo así conseguiremos que la gente se vuelva a enamorar de la política.
Son muchas las gotas que han precedido a la última. Con cambios profundos en las actitudes y la forma de hacer política podremos revertir la situación, con valentía, con la verdad por incómoda que sea y con la defensa de principios y valores propios. No es fácil, lo sabemos, pero es más necesario que nunca.
Muchas gotas llenan el vaso. Ahora hay que empezar a vaciarlo y, sobre todo, evitar que vuelva a colmarse. Lo propongo desde el catalanismo y la centralidad de Unió Democràtica, centralidad en sus propuestas y también en su actitud y voluntad de no excluir a nadie. Creo en ello, como creo en los valores que Unió representa: los del humanismo que ha sido capaz de construir Europa. No es fácil, pero sí posible.
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